Odiada, temida y ansiada, la báscula nos trae a más de uno por la calle de la amargura. Es muy frecuente, cuando nos ponemos en modo cuidarnos (ya sea adelgazar, engordar o estar más fit) controlar nuestro peso y orientarnos de esta forma.
Quizás porque es algo accesible a todo el mundo, es barato y porque es fácil de usar se ha popularizado esta forma de evaluar nuestro cuerpo. Por supuesto, es una herramienta muy útil para valorar el estado de un sujeto y para calcular el IMC, pero no es la única y es un grave (y común) error emplearla como único método de referencia.
Antes de ofreceros alternativas a la báscula, o al menos complementos a la misma, vamos a hablar del cuánto, es decir, ¿con qué frecuencia debo pesarme? Teniendo en cuenta los constantes cambios que puede sufrir nuestro cuerpo a lo largo del día debido a la frecuencia de las deposiciones, sudoración, retención de líquidos, etc. no es recomendable pesarse varias veces al día ya que los resultados van a ser cuanto menos contradictorios. Lo ideal es pesarse en ayunas, tras haber evacuado la primera orina de la mañana, con ropa ligera y siempre en la misma báscula, ya que entre dos aparatos diferentes puede existir una pequeña variación. Además, el hecho de pesarse continuamente puede crear una poco saludable mezcla de obsesión-adicción que podría desencadenar en un trastorno del alimentario.